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jueves, 7 de enero de 2010

-- REFLEXIONES -- (I)

HOMO HOMINI LUPUS
(EL HOMBRE ES UN LOBO PARA EL HOMBRE)

A veces me pregunto, y sobre todo, cuando observo ciertas actitudes en nuestro comportamiento, porque el género humano se regocija, se deleita, y hasta se alboroza cuando alguien sufre una adversidad en la vida.
Desgracias y adversidades las podemos sufrir cualquiera, y quizás, debido a la baja autoestima que tenemos de nosotros mismos, nos recreamos con la desdicha y el infortunio de los demás.

¿Alguna vez no habeis sentido envidia de un compañero de clase más guapo y con más éxito en los estudios que vosotros? ¿Quién no ha tenido alguna vez envidia, y de la mala, por el ascenso profesional de un compañero y le ha deseado lo peor? Y si a algún conocido le toca, por ejemplo, la “primitiva”, ¿nos alegramos?

Lo extraño de todo esto es que no aceptemos y reconozcamos estos sentimientos en público, porque la vergüenza y el bochorno que nos producen hace que los mantengamos en secreto. ¿Hipocresia?, Si, no se puede llamar de otra manera. Según el diccionario, hipocresía es el acto de preconizar cualidades, ideas o sentimientos contrarios a los que en realidad se tienen.

El analista social Noam Chomsky, la define como la negativa a "...aplicar en nosotros mismos los mismos valores que aplicamos en otros". ¿Sinceramente, no creeis que lleva razón este hombre?

¿Por qué no aceptamos que esa envidia la estamos teniendo nosotros mismos? Quizás pensemos que estamos por encima del resto de la sociedad, o, ¿es que acaso ese comportamiento que estamos llevando a cabo no está en la línea de la imagen que queremos proyectar al exterior? Esa “cosa” que se llama “envidia” nadie la acepta para si mismo, es algo que la tienen los demás, no nosotros. Es para todos una vergüenza que nos puede hacer parecer ante los demás como unos auténticos depravados. Podíamos decir que la envidia es el sentimiento que nadie acepta. Luis Vives, en el siglo XVI, calificaba la envidia como una especie de encogimiento del espíritu a causa del bien ajeno. Es el Caín que todos llevamos dentro.

Pero si nos fijamos bien, solo nos alegramos del mal de las personas que están en un nivel similar al nuestro: un compañero de clase, un amigo, un familiar cercano, el vecino de al lado, porque su éxito significa nuestro fracaso, ya que se supone que hemos iniciado la “carrera de la vida” al mismo tiempo y en las mismas condiciones.
La envidia delata una insuficiencia personal del que la experimenta; la pesadumbre del envidioso no está provocada por una pérdida, sino por un fracaso: el de no haber logrado lo que el otro sí ha logrado.

¿No es lamentable nuestro comportamiento?

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